martes, 26 de octubre de 2010

La Balada del Lanzador de Cuchillos

Acompañados por la siempre grata presencia del Vizconde de Aixa Bindt, la señorita Doolitte y yo estrenamos el abono del Teatro Alhambra a lo grande... y con assento granaíno.

Me dicen lenguas autorizadas que el programa de este año del Teatro Alhambra se ha visto resentido por la crisis, de forma que la habitual presencia del CDN, la Abadía, El Español y otros nombres de fuste ha sido sustituida por compañías locales y regionales más baratas, aunque no necesariamente peores. Y si hay una compañía local que, bregando con todas las dificultades de una empresa privada, le moja la oreja a euromillonarias compañías públicas y privadas, es Lavi e Bel. Los ganadores del premio Max por “Cabaret Líquido”, estrenan este en año en casa “La Barraca del Zurdo”.

La obra cuenta la historia (¿Apócrifa? Me aseguran que no, pero no sé si creérmelo.) de la Trouppe de El Zurdo, un lanzador de cuchillos, y su amada Aurora, padres, abuelos y bisabuelos de artistas de circo y variedades. La historia de los cien años de esta familia sirve para contar la historia de la España del siglo XX vista desde un carromato de feria: la República, las Misiones Pedagógicas, la guerra civil, Lorca, el exilio, más guerra en Europa, los brazos abiertos de Iberoamérica, el retorno del exiliado. Una historia llena de lágrimas bajo el maquillaje.

Si Cabaret Líquido era un montaje esencialmente cómico, La Barraca del Zurdo opta sin complejos por la emoción, por cogerte desprevenido el pellizco. Y lo consigue con un buen texto y un director que sabe cuanto bueno puede exigir de cuatro actores, que cantan y bailan y componen tipos a velocidad de vértigo, intercambiando personajes entre sí como malabaristas que se cruzan bolos, lanzando al patio de butacas puñales de buen teatro que siempre dan en el blanco.

Especialmente memorables son las escenas de dos personajes duplicadas, pero interpretadas de forma sutilmente distinta, por los cuatro actores, las escenas de cuatro personajes en las que éstos van saltando de un actor a otro, y la escena del abrazo a los abuelos, en la que un mismo actor interpreta a abuelo y nieto, solo con ponerse a medias un abrigo.

Puede que la crisis haya quitado relumbrón al programa del Teatro Alhambra, pero con compañías como Lavi e Bel no necesito grandes divos de Madrid o Barcelona para comprobar lo que aleja la palabra lanzada por una mano diestra, los saltos mortales que puede dar el corazón del público sin moverse del asiento o cuánta vida puede haber en la manga de un viejo abrigo.

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